La última parábola en este
capítulo de Lucas ha sido
llamada la «reina de las parábolas». Muchos la han clasificado como el
“cuento breve” (short story) más antiguo de la literatura universal.
Tiene todos los elementos necesarios para la composición de una
historia impactante que permita una multiplicidad de lecturas
congruentes. Dentro del discurso narrativo, este último cuadro es el
punto culminante en que Jesús claramente analiza el problema
fundamental de los líderes religiosos. La referencia a la paternidad
divina se encuentra en el Antiguo Testamento en Os 11; Jer 31.18-20;
Sal 103.13. Aquí, Jesús pinta un cuadro muy descriptivo y emotivo de la
relación entre el padre y sus dos hijos. Es obvio que el hijo menor
alude a personas como «los cobradores de impuestos y la gente de mala
fama», y el hijo mayor
a gente como «los fariseos y los escribas». El
relato tiene dos partes: la primera es el alejamiento, arrepentimiento
y regreso del hijo menor; la segunda, la reacción del hijo mayor.
En la primera parte encontramos
la narración del derroche de los bienes
y la caída al nivel más bajo que un judío podía imaginarse: ser
apacentador de cerdos. Tomemos nota de que el cerdo era un animal
impuro y que el joven, de pura necesidad, tiene que tomar un puesto
inferior al nivel que los jornaleros en su tierra natal tenían. En
tierra extraña, lejos de su familia, él se ha unido con un pagano que
lo trata como muchos tratan a los extranjeros, explotándolo; y, además,
padecía hambre. Es interesante ver que, en el v. 13, leemos que se
alejó físicamente de la comunión con su familia (se fue de viaje, a una
región lejana); en el v. 15 el texto griego dice literalmente que “él
fue a unirse con unos de los ciudadanos de aquella región”. El verbo
griego kallaomai es muy fuerte y aquí se refiere a una relación de
trabajo. Dios habla hoy y muchas otras traducciones modernas,
correctamente interpretan que en este contexto se trata de «pedir o
buscar trabajo». Pero aquí hay un elemento de ironía. El joven se aleja
de su padre que lo quiere y termina buscando trabajo, para unirse con
un extranjero que lo detesta tanto como para enviarlo a apacentar
cerdos, sin darle suficiente comida a cambio de su trabajo. La Biblia
del peregrino nos da una excelente traducción: «Fue y se comprometió
con un hacendado del país…» El que huyó del «compromiso» (la unión) con
los suyos, ahora se ve obligado a comprometerse (unirse) con los que no
son los suyos.
En todo caso, el joven
recapacita y, en un monólogo interior, practica
cómo regresar a su padre: «Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti.» El «cielo» acá se refiere claramente a Dios. Para evitar decir el
nombre de Dios o la palabra «Dios», los judíos muchas veces usaban
«cielo». Por ejemplo, el «reino de los cielos» es sinónimo de «reino de
Dios». El joven ha pecado contra Dios y su padre; ahora está dispuesto
a tomar aun la posición más baja de jornalero porque su amarga
experiencia le ha mostrado que hay posiciones de un nivel aun inferior
a esta. De un alejamiento físico y psicológico pasa a un acercamiento
psicológico que culminará con el regreso físico a la casa paterna. Este
regreso, este acercamiento, se define en la parábola como un regreso a
la vida misma —«este mi hijo muerto era y ahora ha revivido»—, una
resurrección de un estado de alienación moral, espiritual y social.
Pero hay una gran sorpresa en
la narración: el padre es quien se acerca
a él y corre a recibirlo.
El padre viola las reglas sociales de su comunidad; en vez de esperar a
que el menor (y, en este caso, el menor rebelde) le muestre reverencia,
él sale a saludarlo. No hay recriminación alguna.
El hijo que no merece ser hijo y que ya no quiere ser hijo, recibe del
padre el anillo del sello de la casa, que representaba la autoridad del
padre. Recibe asimismo el mejor vestido (o, como también podría
traducirse el griego stolên tên protên, «el vestido que tenía
anteriormente», o sea, antes de abandonar la casa paterna). Recibe
calzado; los esclavos no llevaban calzado, y los huéspedes se los
quitaban cuando estaban en casa del anfitrión. Anillo, vestido y
calzado forman un conjunto de símbolos de un hijo legítimo de la casa.
Esta parte también termina con el tema del gozo que, como ya vimos, es
típico del evangelio de Lucas. El becerro gordo se comía en ocasiones
especiales o durante visitas de personas importantes. El padre hace un
llamado para festejar y gozarse. Es el mismo tema con que terminaron
las dos parábolas
anteriores (Lc 15.7,10).
Segunda
parte: invitación a un cambio en el hijo mayor (Lc 15.25-32)
»El hijo mayor
estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y
las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era
aquello. El criado le dijo: “Tu hermano ha regresado y tu padre ha
hecho matar el becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano.”
Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le
rogaba que entrara. Pero él, respondiendo, dijo al padre: “Tantos años
hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has
dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este
hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar
para él el becerro gordo.” Él entonces le dijo: “Hijo, tú siempre estás
conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y
regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se
había perdido y ha sido hallado.”»
El hijo mayor regresa a
casa y oye los elementos
comunes de una fiesta (música y danza). Al oir
lo que acontecía, se enoja. Eso nos recuerda la «murmuración de los
fariseos y escribas», en 15.2.
Él se aleja de la fiesta, de la
convivencia. En lo que sigue (v. 25-30), el lector puede ver que el
hijo mayor también se ha alejado del padre. No conoce a su padre; no
tiene comunión ni con el padre ni
con su hermano («este hijo tuyo»,
«tus bienes»). ¡Qué gran ironía! El hijo mayor nunca se fue de la casa
pero, psicológicamente, está en una condición de alienación tal vez más
profunda que la de su hermano menor.
El padre, en el v. 31, trata de acercársele, como lo hizo físicamente
con su hijo menor, y le declara al hijo mayor que hay una comunión de
familia y de bienes. El hijo mayor tiene mucho interés en obedecer al
padre, pero no sabía cómo festejar. Espera que el padre tome la
iniciativa para poder gozarse con sus amigos. No tiene interés en el
bienestar de su hermano menor. Es obvio que, aunque el mayor estaba
físicamente cercano a su padre, no entendía la generosidad y el amor de
éste. La obediencia a las leyes de Moisés y a las tradiciones de los
rabinos judíos era muy importante para un grupo de líderes religiosos,
pero ellos no sabían festejar y gozarse con el hecho de que los
«perdidos» habían sido hallados.
La parábola, como muchas otras
de las parábolas de Jesús, no termina
con una conclusión clara.
No se sabe lo que hizo el hijo mayor. El
menor se arrepiente y regresa a casa; el mayor queda en casa, pero el
relato termina en suspenso. Las parábolas de Jesús eran una invitación
a los oyentes a tomar decisiones y a actuar. Si en la parábola de la
oveja perdida y en la de la moneda perdida el énfasis estaba en el
retorno de lo perdido, ahora el énfasis cae en la invitación para el
retorno de quien es supuestamente “justo” y «no perdido» como esa
oveja, esa moneda y ese hijo rebelde. Todavía queda por ver cuál
decisión van a tomar los «hijos mayores» que escuchaban a Jesús.
Todavía queda ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que
ahora, después de tantos siglos de lectura y relectura de la parábola,
vuelven a leer y oir esta profunda short story.
Jesús termina con el estribillo de este bloque, el estribillo de gozo
por el regreso, de un estado de muerte, de un hermano, una hermana, un
amigo, una amiga, un vecino o una vecina. «Pero es
necesario hacer
fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ahora ha
revivido, se había perdido y ha sido hallado.» Este estribillo es
profundamente lucano. Para Lucas, la buena nueva es esencialmente buena
nueva de alegría, porque también la gente de mala fama, los traidores,
los marginados, los pobres, los niños y las mujeres (en fin, todos los
despreciados de la comunidad) tienen una invitación a la vida, al
acercamiento al Padre, quien los espera para darles una fiesta.
Conclusión: ¿”Parábola del hijo pródigo” o “Parábola del padre y sus
dos hijos”?
Es imposible tratar todos los
aspectos de tan rico texto en un artículo
como este. Por último, es importante añadir que pesa mucho cuál título
el traductor escoge para las parábolas de Jesús. En
este caso, el
título tradicional de la parábola puede despistar al lector. No se
trata solamente del hijo pródigo. Tomando en cuenta los contextos
sociorreligioso y narrativo de las otras dos parábolas (la oveja
perdida y la moneda perdida), es obvio que los protagonistas
principales del relato son los líderes religiosos que criticaron a
Jesús porque él comía con «los cobradores de impuestos y la gente de
mala fama».
Por otro lado, muchos han dicho que el eje de la parábola es el padre,
quien amorosamente espera a su hijo rebelde y sabe cómo amar a dos
hijos completamente diferentes. El punto es que en esta «reina de las
parábolas», los tres protagonistas tienen igual importancia. No se
trata de «la parábola del hijo menor» o «la parábola del hijo mayor» o
solamente de «el padre amoroso». Se trata de «el padre y sus hijos».
Eso no es extraño porque, como en muchos otros casos, Lucas nos revela
el punto principal de las parábolas de Jesús ya al inicio de ellas, y
este caso no es una excepción; la historia comienza con ¡«Un hombre
tenía dos hijos»! (15.11).
[El presente estudio fue publicado por primera vez en la revista
Traducción de la Biblia, de las Sociedades Bíblicas Unidas, en su
Volumen 11, número 1 de 2001]
Por
Marlon Winedt
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Videos del
Dr. Kenneth E. Bailey:
https://www.kennethbailey.net/
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